La connivencia del Atlético de Madrid con sus ultras resulta incompatible con el deporte y la convivencia.
La imagen de Simeone y los jugadores Koke y Giménez negociando con los ultras y aplaudiéndoles al final del partido es preocupante.
Aceptar a los ultras como interlocutores muestra una tolerancia a la violencia inapropiada.
Solo una reacción contundente de la directiva del Atlético, con Miguel Ángel Gil Marín a la cabeza, puede acabar con la grada radical.
Mantener la complicidad con los ultras significa institucionalizar la intolerancia, lo que resulta peligroso e inadmisible.
Conclusión: El fútbol no puede ser un refugio para los violentos. Es necesario que el Atlético de Madrid tome medidas contundentes contra la violencia en su grada y deje de tolerar a los ultras.